#Cuento peludo: Palabra de Gato

EVA SAN MARTÍN. Este verano recibí un inesperado desafío: participar en los Cuentos de Agosto de El Asombrario, una edición dedicada en exclusiva a las mujeres bajo la inspiradora etiqueta #ConfesionesdeVerano. Este cuento felino, PALABRA DE GATO, es nuestra contribución peluda.

Palabra de Gato, cuento de gatos Los gatos son venerados, admirados por su elegancia altiva y envidiados por su gusto por una libertad que parecen comerse a bocados. Estos inspiradores seres nos convierten en aprendices eternos. Pero, sobre todo, los felinos son grandes amigos y compañeros. Esto es lo que narra PALABRA DE GATO, la historia del gato Cooper transformada en relato mágico y peludo de letras flotantes. Un cuento escrito con la ayuda sesuda de un ser insustituible que me hace reír cada día: el amigo Cooper.

¡Espero que os guste! ¡Ahhhh!, y aguantad hasta final: ¡hay un sorpresa en forma de foto peluda!

Palabra de Gato, cuentos de gatos

EN EL NOMBRE DEL GATO

PALABRA DE GATO
Eva San Martín & Gato Cooper

«Una confesión se susurra o se escribe para transformar la vida gracias a una verdad», escucho rebotar en la pared antes del golpe de un libro que se cierra. ¡Pooooomm! Los bigotes se me encrespan. El crujido del papel ha arruinado el duermevela donde me he sumergido estas dos últimas horas.

Purrrrrrrrrr.

Me llamo Cooper y soy un gato. Han leído bien: un g-a-t-o. Lamento iniciar un tanto enojado este relato, pero es pasajero y sólo causa del despertar repentino. No se habrán asustado porque quien les habla sea un felino, para más señas, blanco y negro, de maullido amable y origen callejero, ¿verdad? No soy el primero. Antes de mí lo hicieron el Gato filósofo Sin Nombre, Murr, el Gato con Botas, el lapidario Garfield y hasta el metafísico Gato de Cheshire, cuya sonrisa cuántica desmoronó a la Alicia del país de las maravillas con sesudas reflexiones: «Siempre llegarás a alguna parte, si caminas no suficiente». ¿Lo recuerdan? No seamos mojigatos entonces, y déjenme que continúe.

Me llamo Cooper, como el Gary de Solo ante el peligro. Y soy un gato ilustrado, elegante, sesudo e ingenioso. Ahora bien, no siempre he hablado ni dominado el arte de la prosa. Cuando conocí a mis humanos sólo maullaba, bufaba y escupía, de puro miedo. Nací en una calle del Campo del Sur de Cádiz, malecón azotado por rudas olas atlánticas. ¿Cómo pretenden que dedicara mis horas a la lectura? Antes debía aprender a sobrevivir y comer por mí mismo.
Era agosto y por la tarde. Yo tenía un mes y medio. ¡Sucio como el hollín! Las orejas puntiagudas y tan desproporcionadas respecto a mi cuerpo escuálido, dos cumbres nevadas destacando en la noche calma. Mi vida era recorrer las escolleras en busca de restos de pescados junto a mi madre y mis cuatro hermanos, todos flacos y moteados.

¡Cataplum! El estruendo de un zapato resonó en las rocas, nos espantó y separó. ¿Qué estaba pasando? Tras la carrera entre los bloques, encontré refugio bajo un coche; pero ya no había rastro de mis hermanos ni de mi madre. Era la primera vez que estaba solo: me moría de miedo y empecé a temblar. Pero confié en que si esperaba, no tardarían en volver. Maullé y les llamé hasta desgañitarme. Cayó la noche. Despertó el sol. Tenía hambre.

Llevaba dos días bajo aquel motor, y sus largas noches, cuando sucedió algo aún peor: un par de ojos enormes aparecieron en mi refugio. Y, ¡zaaahas! Su mano me apresó el cogote y me encerró entre unas canastillas de pan. Bufé y escupí con todas mis fuerzas. La garganta me pinchaba. Estaba tan aterrorizado y exhausto mientras recorríamos todo el malecón dentro de las canastillas: lo sé porque aún escuchaba el rugir del mar.

Gurrhrrrrrr.

¿Quiénes son estos? ¡Qué gatos tan raros! Me repetí los tres días siguientes, mientras examinaba de cerca sus caras sin pelo. ¡Y lo más sorprendente: sin finos bigotes! Aquellos seres hablaban sin parar, y yo aprendí mis primeras palabras: comida, veterinario, sardinas, no, gatito, pelusa, cuerda, calcetines, voces que rebotaban cual pelotas, y cuyos ecos yo perseguía con entusiasmo.

Aunque ninguna emoción fue comparable a la excitación de conocer a la perra blanca como la nieve que habitaba aquel lugar: Habichuela me adoptó como si fuera su cachorro. ¡Qué feliz me pusieron sus lametazos! Todo era nuevo para mí. El espacio y las reglas de vida. La habitación con ventanas. El largo corredor. La perra, a quien no le importaba que yo no ladrase ni que le robara la cama. Y las suculentas latas de atún y salmón disponibles a cualquier hora.

Chup, chup, chup.

Con aquel pasillo delante, no tardé en recuperar mi instinto explorador. Necesitaba averiguar dónde estaba. Acompañado por mi protectora amiga la perra, decidí aventurarme más allá de donde jamás había llegado. Solo entonces tuve otra gran revelación: al frenar de bruces contra una pared, montones de letras abandonaron las tapas que las encerraban. ¡Tenían que haberme visto saltar detrás de todas ellas!

Miau, miau, ¡MIAU!

¿Pero, qué hacen?, me pregunté cuando vi a los humanos desmontar aquella pared de palabras. Sus pulgares capturaban lo que ellos llamaban libro mientras se acomodaban en sillones orejeros y desplegaban sus tripas de papel. Yo presencié maravillado el espectáculo desde la cama que compartía con la perra. ¡Centenares de frases sobre las que lanzarme escapaban a tropel! Voces que se deslizaban huyendo de mis zarpazos. Palabras que lo ocupaban todo. Párrafos estirados que entraban y salían de nosotros, como los gatos del Campo de Sur movidos por el olor del pescado. Yo era un pequeño gato feliz corriendo tras la verborrea informe y revoltosa. Derrapar, cazar letras, comida, siestas con la perra, derrapar.

Cuando hoy esto escribo, han pasado siete años. Ya soy un cazador experimentado de palabras. Y me he transformado en un colosal gato de pelo sedoso. Los humanos me llaman amigo: «Cooper, amigo», dicen mientras rascan mi barbilla o atusan la piel de la nuca y me cuentan intimidades. ¡Podría dejar que esos pulgares me acaricien para siempre! Yo amaso sus barrigas con las garras para mostrarles mi afecto. Tampoco me enoja no ser ya el único gato: están Cabo, un felino bonachón que llegó un año después de mí a casa, Martes, una princesa peluda de ojos verdes, y Billy, el minino atigrado que da volteretas de felicidad por la casa.
El tiempo ha pasado, aunque hay cosas que no cambian. Enfilo el sofá con un estudiado rodeo. Oteo para atinar el salto en el hueco entre los dos humanos, absortos en sus respectivos libros. La noche entra por la ventana. Yo me desplomo sobre mi cojín de terciopelo, me lamo la pata, atuso la mejilla, me lamo la panza, y disfruto del vientecillo locuaz que mece mis bigotes. ¡No hay lugar mejor!

Mrrrooww.

Ya conocen mi secreto. Pero pido discreción. Solo así tendrá fuerza para transformar a los humanos que merezcan llegar a alguna parte: aquellos que caminen lo suficiente.

PS. Antes de que se vayan, ¿podrían rascarme detrás de la oreja con su pulgar?

 

COOPER-EVA

Estos somos Cooper y yo en Cádiz, pocas semanas después de llegar a mi vida (¿habéis visto qué orejitas tan grandes?) y enamorarme de él para siempre.

Si aún no os habéis paseado por las #ConfesionesDeVerano de El Asombrario, deberíais. No sólo encontraréis PALABRA DE GATO sino otras 20 confesiones más en clave de mujer con las que el calor y el salitre del verano volverán a agarrarse de nuestros bigotes…. de donde nunca debieron irse. ¡Purrrr!

 

3 comentarios en “#Cuento peludo: Palabra de Gato

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