EVA SAN MARTÍN. Bengü, la amante ronronadora. Duman, el elegante sibarita que devora pavo ahumado. Sari, la ladrona de pescado. Aslan Parçasi, el cazador, también conocido como Pequeño León. Estos nombres bien pudieran parecer parte de los créditos de una película de gánsteres muy peluda, pero son los protagonistas de Kedi, un documental luminoso que es toda una carta de amor a los cientos de miles de gatos callejeros de Estambul. Y también, a la gente que los cuida a diario.
La historia de Estambul como ciudad portuaria explica, en parte, su extensa población gatuna: durante siglos, mininos viajeros procedentes de todo el mundo, con la misión de ahuyentar a los ratones de los barcos, han desembarcado en la ciudad.
A los gatos de Estambul los hemos visto saludando al entonces presidente de EE.UU. Barack Obama durante su visita al museo de la Hagia Sophia en 2009, sesteando a pata suelta en cafeterías y tiendas, reclamando atención y latitas de atún a maullido limpio. Hasta tienen su propia cuenta de Instagram. Y, si no fuera poco, los gatos de Estambul, la ciudad más grande de Turquía, ahora pueden presumir de ser de cine. Olvídate de romanos, bizantinos y del Imperio otomano: los verdaderos reyes de Estambul son sus gatos.
En Kedi (lo has adivinado; gato, en turco), la directora Ceyda Torun, que pasó sus primeros 11 años de vida en Estambul y ahora vive en Los Ángeles, realiza un viaje por la vida y personalidad de siete de estos peludos habitantes, y también de los humanos que los cuidan a diario, quieren y protegen.
«Gatos de todo tipo -atigrados, negros, tricolores, blancos y negros, naranjas, de pelo largo y corto, grises- viven en las calles de Estambul libres, sin dueño humano. Algunos se las arreglan por sí mismos para procurarse comida, pero otros son cuidados por los vecinos de la ciudad: felinos que son mimados con la mejor comida y que siempre tienen un refugio durante los meses de frío», dice Torun.
Está Gamsiz, el Juguetón, un tuxedo blanco y negro con mucho gancho (y un espectacular parecido con Cooper), que un día llegó a una panadería del vibrante barrio de Cihangir. Desde entonces, regresa todos los días: allí le cuidan, le dan de comer, le han esterilizado para que deje de pelearse con otros gatos del barrio, le dejan sestear en el mostrador e incluso pagan las facturas del veterinario cuando el felino se mete en líos.
«Gamsiz es un gato muy especial e inteligente: nos hace reír mucho, y tenemos grandes conversaciones con él», aseguran los dos panaderos treintañeros que regentan el establecimiento. Pero la pareja no sólo cuida de Gamsiz: se ocupan de toda la comunidad de felinos callejeros del barrio, tarea que comparten con los dueños del resto de establecimientos.
«Aquí todos tenemos cuenta en el veterinario», dice sonriente el joven panadero, que afirma con orgullo ser «el humano principal de Gamsiz». «Todas las propinas de la panadería son para cuidar de los gatos; y también aceptamos donativos para poder seguir cuidando de ellos», cuenta.
Está Sari, la Ladrona, una gata naranja y blanca, con un puñado de razones peludas para birlar comida allá donde va: sus cachorros. Sari vive en la Torre de Gálata, en Beyoglu, rodeada de cafés bohemios y tiendas de nuevos diseñadores. Pide comida a maullidos, rastrea entre las sobras y, cuando las cosas no van bien, roba una sardina sin temblarle los bigotes.
Por suerte, esta pequeña luchadora peluda tiene una aliada humana: una vendedora de ropa que la alimenta y cuida de ella y sus pequeños. «Cada gato tiene su propia personalidad, se les ve en la cara», dice la dice la mujer, que asegura tener largas conversaciones con Sari, su amiga peluda.
También está Aslan Parçasi, el cazador, que se gana sus latitas y el cariño de los humanos ahuyentando a los ratones de un famoso restaurante de pescado del muelle del río Bósforo. Pero Aslan Parçasi, o Pequeño León, no siempre está de caza: en su tiempo libre le gusta disfrutar de la espectacular panorámica que hay desde el puerto y, como todo buen gato feliz, sestear bajo los rayos del sol. «Los gatos nos enseñan que la vida es bella si sabes cómo vivirla: y ellos saben cómo hacerlo», sentencia un vecino, y cuidador de felinos.
Duman, el Aristogato, es un felino gris de enormes ojos verdes, tragón y sibarita a partes iguales, a quien los michelines no le han hecho perder ni un ápice de su elegante pose peludo. Este felino tímido -o exigente, según se mire- nunca entra al restaurante a por su comida: cuando Duman (que ahora lleva collar y es oficialmente un gato adoptado) tiene hambre, golpea con sus patas frenéticamente el cristal del mostrador.
«Entonces, le preparo su pavo ahumado y una lonchas de queso manchego», dice el camarero que cuida de él. «Antes le gustaba también el pollo, pero ahora no quiere nada más que pavo ahumado», sonríe el joven.
Bengü, la amante peluda, es una gata atrigada de enormes ojos que ha robado el corazón de un mecánico de aspecto rudo a golpe de ronroneos y caricias de seda. «A Bengü le gusta que la quieran; y yo quiero a esta gata. No es un amor romántico como el de las películas, pero sé que quiero a esta gata. Tal vez sea como una hija, porque me gusta estar con ella y me preocupo cuando llego y no la veo», dice el mecánico mientras acaricia a una feliz Bengü en su taller.
Psikopat, por su parte, vive en el barrio de Samatya. Esta gatita de pelo corto y grandes ojos verdes es de garras tomar: Phycho tiene fama de celosa, y escolta a su novio peludo con uñas y dientes si hace falta para que ninguna otra gatita de la zona se le acerque. Después, la pareja se perderá en los tejados para tomar el sol tranquilos.
Y también está el simpático Deniz, un enérgico gato joven blanco y gris, que ha olvidado el miedo gracias al cariño recibido de los vendedores de pescado del mercado. Deniz hoy se divierte colándose en los delantales de las mujeres para pedir comida, cazando pompones colgantes en los puestos de telas y sesteando en las cestas de mimbre. «Si no quieres a los animales, tampoco puedes querer a las personas», sentencia un vendedor.
Kedi es un viaje de 80 minutos que transcurre entre maullidos, silencios y caricias de seda, bajo la luz desbordante del río Bósforo. La hipnotizante música de Kira Fontana, mezclada con gustoso pop turco, es otra delicia de esta película documental tejida con pequeñas historias que celebran el amor sin barreras, en este caso, en su versión más peluda.
Kedi es un revolcón narcótico en hierba catnip que no sólo los amantes de los gatos adorarán. Y también un homenaje a la vida que todos los políticos españoles deberían ver: les ayudará a tomarse en serio de una vez la protección de los felinos que viven en nuestras calles.
Y ahora si me disculpan, me reclaman: tengo que ir a acariciar las orejas de mi gata.
*[PURRR: aquí más información sobre Kedi, pases y cómo verla en YouTube Red]
Eva, me ha encantado tu reportaje sobre esta película, porque a mí también me impresionó muy gratamente, hasta el punto de pensar en escribir un artículo sobre todo lo que me suscitó verla, y publicarla en la revista GATOS, si lo consideran de interés.
Tu apunte final de que todos nuestro políticos deberían verla, me ha parecido de lo más acertado. Pero me temo que esa cultura turca de tolerancia a los gatos viene en parte del Islam, cuyo profeta ha inculcado el respeto por los gatos, manifestado por que él mismo cortó su manto para no despertar a su gata Muezza, como seguro sabes. En cambio, el cristianismo persiguió a los gatos hasta su exterminio en el siglo XIV en Europa, lo que provocó la Peste Negra que diezmó a la población.
No tenemos tradición de respeto por los animales en general, ni de los gatos en particular.
Ver que en Estambul, por lo que parece deducirse de la película, ningún alcalde ha decidido exterminar la población de gatos con los métodos expeditivos que se practican en España y otros países de nuestro entorno, es algo inédito y ejemplar.
Ni siquiera se aprecia un plan de esterilización de los gatos de Estambul, salvo algúno que en la película ostenta un marcaje en la oreja de gato feral esterilizado, pero que apenas pude contar tres.
En fin, es un baño de amor, y un continuo segregar endorfinas durante toda la proyección, más quienes nos dedicamos a los gatos callejeros, labor que debería ser terapeútica en sí misma como afirma algunos de los cuidadores de la película; lamentablemente tenemos que enfrentarnos a la hostilidad que reina en nuestra sociedad hacia los gatos en general y a los gatos libres en particular.
Sirva tal joya de película al menos para reconcialiarnos con una parte de la humanidad, y descubrir la enorme sabiduría que encierra su mensaje y su ejemplo.
Saludos,
Queridísima Ana;
Muchas gracias por tu mensaje. Me hace especial ilusión porque fuiste mi primera maestra en el cuidado de los gatos callejeros. Eres una gran chica de gatos, tremendamente consciente, y los gatos son muy afortunados de tenerte de su lado.
Tus palabras son ronroneos para el corazón;
Un abrazo muy peludo!
Eva
Hola Eva:
Me alegro de que te acuerdes de mí y del taller; yo también disfruté mucho dándolos.
Pues no te digo más que mañana vuelvo a ver la película, antes de que la quiten, a ver si me animo a escribir sobre ella, como te dije. Para que no se enfríe mi entusiasmo.
Ah, y me encanta tu blog, que conste; no dejes de mandarme tus novedades.
Un gran abrazo,
Ana
Un abrazo, Ana! PUrrrrrrrrrr
Me ha encantado, la descripción de cada minino, tendrían que hacerse más relatos así, y en cada una de nuestras ciudades, seria fantástico